Música
Viena. ¿Qué imagen se le viene a la cabeza? Palacios y teatros, posiblemente. ¿Los Niños Cantores de Viena o los imponentes caballos blancos de la Escuela Española de Equitación que bailan con su jinete encima? Seguramente. Los valses de Strauss, las pinturas de Klimt, la barba blanca de Sigmund Freud, la dinastía de los Habsburgo, Juana la Loca y Felipe el Hermoso… quizá. La deliciosa Sachertorte? Todas, sin embargo, son referencias pasadas, de un pasado que se mantiene intacto y que se conserva en un saludable bienestar gracias a una buena dosis de naftalina. Porque preservar tradiciones nacidas en 1571 y que aún resulten llamativas, como el coro de los niños de las voces más inocentes del mundo, es toda una odisea.
Y es que Viena podría entenderse como ese anhelo soñado por alcanzar un oasis. Mientras el capitalismo recrea remedos de lugares emblemáticos por quienes los pueden pagar –el Louvre de Abu Dhabi, por ejemplo–, se inventa ciudades copiadas de occidente en China o diseña cada día más sofisticados parques de diversiones temáticos que transportan a mundos imaginarios, Viena es el parque LIVE. Todo allí es historia, todo es original, todos –bueno, no todos, solo los que se pueden hacer invitar– se ponen el frac y el vestido largo para el baile anual de vals en el Palacio de la Ópera en ese juego anacrónico de buscar cenicientas. ¡Hasta los caballos parecen de otra época! Es la ciudad de la exquisitez por excelencia, de la fantasía y la ilusión. El pasado ¡presente!
Huellas de historia
Viena carga el eco de que allí, por sus calles, en sus iglesias y teatros, transitaron y tocaron esos grandes compositores a los que buscamos frenéticamente en todas las salas de conciertos del mundo. Porque allí, en 1762, a sus seis años tocó el prodigio de Wolfang Amadeus Mozart en el salón de espejos del Palacio Schönbrunn, el Versalles vienés, ante la familia imperial. Y también en Viena, como compositores, pero también como directores del Palacio de la Ópera, rivalizaron Gustav Malher y Richard Strauss, dos síntomas fascinantes de la música de fin de siglo XIX. Y fue la Sociedad Coral Masculina de Viena la que encargó y estrenó la primera versión del famosísimo vals El Danubio azul de Johann Strauss. Es en esa ciudad donde reposan, en los archivos de la Gesellschaft der Musikfreunde, los manuscritos y primeras ediciones de todos cuantos se inmortalizaron en esa plaza musical: Mozart, Beethoven, Haydn, Mahler y Richard Strauss.
Y por si fuera poco, fue allí donde nació Arnold Schönberg, creador del dodecafonismo, la escuela que rompería con la tradición tonal de la música, eliminando el protagonismo de algunas notas. Basta nacer en la cuna de la tradición para romperla. Esa es la razón por la cual el panorama musical austriaco es tan rico, cuenta con más de 200 festivales al año.
Hecha a la medida
Y es justo ese elemento de tradición e innovación el que queremos resaltar de la Orchester Wiener Akademie, creada en 1985 y dirigida por Martin Haselböck. Porque este hombre tiene el ADN de la música, y del universo vienés, en su sangre. Dado el privilegio de provenir de un lugar tan anclado en la música, la particularidad de su orquesta es el uso de instrumentos de época, para darles la mayor cercanía posible a cómo debía sonar una pieza musical cuando fue concebida. Así, en su repertorio tiene un claro interés en obras que abarcan el barroco, el clasicismo, el romanticismo y los primeros años del siglo XX, en los cuales explora las técnicas y estilos de dichas épocas. Heredero de una familia de músicos, él mismo construyó su exitosa carrera como ¡organista! Qué más simbólico que este instrumento, el instrumento de instrumentos, el que hace vibrar una catedral con sus hondos sonidos, el templo portátil.
Esto da pie para, de nuevo, regresar a Viena, al enclave celestial de San Esteban o San Carlos Borromeo, a quienes se les consagraron dos importantes catedrales (en la primera Mozart, se casó, sus hijos fueron bautizados, fue su director musical y le hicieron su funeral; la segunda se construyó en homenaje al santo que ayudó a miles en la epidemia de peste de 1576). Cabe recordar que la dinastía imperial de los Habsburgo, de origen germánico, en su filosofía de consagrarse mejor a Venus que a Marte, el amor por encima de la guerra, se expandió hasta alcanzar las cortes francesa y española de Castilla y Aragón –por eso una escuela española de equitación en el corazón de Austria–. Y así el catolicismo entró en territorio de ascendencia protestante. Y la música se enriqueció. Porque, como en la política expansionista, no pelearon, se nutrieron el uno al otro.
La música coral llegó por el lado de Lutero y así tuvo a Bach como uno de sus mayores creadores. Por su parte, la música en la Contrarreforma concebida en Trento, le dio a la iglesia Católica Apostólica Romana su máxima potencia sumándole todos géneros disponibles para hacer de la conexión con el cielo algo sublime: misa, motete, salmo, te deum, magnificat, antífona y secuencia. Y le añadirán al coral, el órgano.
Así se concibió el estilo barroco, para darle forma al poder de Dios en la Tierra y así entrar en trance místico a través de la música, interpretada dentro de las iglesias, para que no quedara duda de que todos los allí presentes podían ser tocados por Dios. O tocados por la música como lo hizo Beethoven con su Oda a la Alegría, en su 9ª Sinfonía, que oiremos en Bogotá.
Y en ese marco creció y se desarrolló la carrera musical de Haselböck. Sólo quien tiene raíces frondosas puede buscar transformaciones o abrirse a la innovación. Por eso decíamos que no era fortuito que un Arnold Schönberg hubiera nacido en la opulenta y tradicional Viena. Tampoco que a orillas de la excesiva belleza del Danubio hubiera surgido una disciplina como el psicoanálisis, que se adentró en los caminos de inconsciente. Uno que, pese a la estática belleza de sus palacios, develó mucha más perturbación que apacibilidad como lo vemos, por ejemplo, en los cuerpos despiadados de Egon Schiele (en cine una película sobre él y su obra).
Es por eso, quizá, que Haselböck se ha lanzado a trabajar de la mano con el actor John Malkovich en las obras de Michael Sturminger The infernal comedy, confessions of a serial killer (2009), The Giacomo variations (2011) y Just call me God (2017), en donde músico y actor empujan al límite la sanidad mental y la distorsión electrónica explorando las capacidades de los instrumentos y del alma siguiendo a Bach o la Messiaen.
Este será el hombre que dirigirá la integral de Beethoven, un compositor del que conoce a la perfección su obra y que en 2014 interpretó sus sinfonías en los propios teatros vieneses donde el músico alemán las estrenó. Porque él es Viena de principio a fin.
El Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo, a través del programa Teatro Digital: Una Entrada para Todos, le invita a ver en una superproducción a cinco cámaras, la transmisión del Concierto de la Orquesta Wiener Akademie en vivo y en directo a través de www.teatrodigital.org, el domingo 4 de febrero a las 5:00 p.m. desde cualquier dispositivo conectado a internet.
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